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lunes, 10 de febrero de 2014

LECTURA DEL CUENTO ¿PORQUÉ LLORAS ABUELA? -de Muxo- EL 9-2-2014

¿PORQUÉ LLORAS ABUELA?
Estaba oscureciendo. La niebla no dejaba ver el sol hacía ya bastante tiempo. Dionisio arreó la oveja y la cabra - por hoxe xa comestes abondo - y se marcharon hacia la casa.
El Nisio no olvidaría en su vida aquel seis de enero de 1955, y no por los Reyes. A la aldea no llegaban los Reyes; apenas tuvo unos, un año que durmió en la tienda que sus padres regenteaban en la carretera. A la mañana halló en los zapatos un paquetito de galletas obleas; fueron los únicos Reyes que tuvo en Galicia.
Al llegar al caserío, la abuela estaba llorando; la madre, callada, seria y muy pálida; el padre, vestido con traje, lo abrazó muy fuerte, lo levantó hasta apretujarse las mejillas y le dijo: "Nisio, el guardamontes ya no te echará más multas por la cabra; nos vamos a Buenos Aires". El niño comenzó un raro ritual de gritos y saltos con el que exteriorizaba su alegría; abrazó muy fuerte a la abuela y preguntó "¿por qué lloras?". Doña Victoria, quien ya había estado en la Argentina, donde se casara, articuló un choro de contenta. La verdad era que ya sabía que no los vería nunca más.
Esa semana, el niño no paró de ir por las casas de los vecinos y contarles a todos que marchaban para la Argentina. No conocía casi nada de ese país; sólo que de allí venían, mandados por los parientes, arroz - ¡que bien sabía el que hacía la madre con leche de la cabra! -, latas de melocotones en almíbar; pelotas de goma, ropa usada de los primos que para él eran prendas de la más alta costura, y que en Buenos Aires, no había carreiros nin lama.
La partida no fue pronto; aún pasaron unos meses hasta que una mañana de primavera partieron hacia Vigo. Era la víspera del viaje.
Vigo, ciudad de la que el chaval sólo conocía el puerto, de ir a despedir a los parientes que viajaban a la Argentina y Brasil , lo acogió esta vez con más tiempo. Lo llevaron al monte del Castro, paseó en tranvía, cenaron en un restaurante -auténtico festín para el pequeño aldeanito-. Quedó totalmente sorprendido de ver como lavaban, a la noche, las calles con potentes chorros de agua que despedían unas mangueras gordas como jamás las hubiese podido imaginar. Volvieron al hotel y, a dormir.
Los movimientos portuarios y la ansiedad despertaron al Nisio antes de la salida del sol. Ahora sí que la sorpresa fue más que mayúscula; en la muñeca izquierda tenía puesto un reloj. Ningún niño de ocho años tenía reloj en la aldea; el tío Rocho se lo había puesto mientras dormía. El gran día de “Fiesta”, comenzaba como tal.
Después de desayunar, hicieron un paseo a pie, almorzaron y al fin llegó la hora de abordar. El muelle estaba atiborrado de gente. Casi todos lloraban; los pañuelos blancos eran agitados frenéticamente en la tierra y en el barco. Nisio se despidió cantando y, pese al temor que le inspiró la empinada y movediza escalera que lo llevaría a la cubierta, después de unos primeros pasos vacilantes retomó la canción de despedida sintiendo que su corazón cabalgaba a tanta velocidad que parecía querer escaparse de aquel pequeño pecho.
Vigo quedó atrás; las islas Cíes, también. Mucha gente en la cubierta no paraba de vomitar y el pequeño, que también lanzó, empezó a darse cuenta de que aquello de agua y cielo que le contara la abuela era cierto.
Canarias, Río de Janeiro, Santos, Montevideo, fueron las escalas del "Monte Udala". En cada una de ellas el chaval iba descubriendo un mundo nuevo y, en el décimoséptimo día, la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires.
La madre no salió del camarote en todo el viaje; apenas dejaron la tierra gallega empezó a vomitar y así pasó los diecisiete días. El niño se sintió siempre bien; comió de todo, hasta las milanesas que no conocía, a las que les quitaba el rebozo. Los bailes nocturnos, lo tenían de curioso concurrente; la fiesta del cruce del Ecuador le resultó inolvidable. Los ojos del chiquillo no cabían en sus órbitas cuando, con José María -un compañerito de viaje de La Estrada-, vieron saltar los peces voladores delante de la proa, y también a las toninas, ya cerca de Montevideo.
Desde la cubierta, en la primera ojeada porteña, se sintió un poco decepcionado; no veía nada tan bonito como lo que dejara al salir de Vigo.
La abuela, los tíos, y dos primos esperaban en el muelle. Todos se rieron mucho porque el funcionario aduanero que les revisó el equipaje tomó del mismo una botella -todas venían con el pico lacrado- con etiqueta de cognac, que en realidad estaba llena de aguardiente.
Abandonaron el puerto en tres vehículos, pues había maletas, un baúl, una máquina de coser nueva para venderla y comprar luego una usada.
A entrar por la avenida Leandro N. Alem y calles siguientes hasta llegar al destino en Caballito, vieron muchos automóviles. Al niño le llamaron la atención los de la policía; los de los muertos - negros los de los mayores, blancos los de los “angelitos” - y el de “Geniol”, con aquel muñeco que tenía la cabeza colmada de flagelos.
No hubo tiempo para nada. El día siguiente a la tarde ya empezó a concurrir a la escuela (la tía lo había inscripto con antelación). Los compañeros lo bombardearon con preguntas; él se sintió desnudo ante tanta requisitoria, pero todo pasó y al cabo de unos meses era uno más en el colegio.
Cursaba con toda normalidad el cuarto grado y por fin, aquel 23 de septiembre de 1956, tendría una fiesta de cumpleaños como las de los otros pibes. Se acostó el 22 casi con tanta ansiedad como la noche anterior al viaje. Muy temprano ya estaba despierto, pero esta vez no por la ansiedad de la celebración, sino por la altísima fiebre que lo atacó. Los padres se desesperaron; el médico que lo revisó de pies a cabeza, no pudo ocultar su decepción y tartamudeó para decirle a los padres que lo mejor sería llamar a la asistencia pública y llevarlo al hospital Muñiz. Los análisis no dejaron duda: la temible poliomielitis se había instalado en el cuerpo de Nisio.
Después de días y noches sin descanso, la mejoría por fin se hizo notar; el dictamen, también. La columna vertebral había sido severamente atacada. El pibe no volvería a caminar; sólo lo haría en una silla de ruedas. El brazo derecho y la mano del mismo quedarían bastante afectados; el izquierdo tendría secuelas leves. Todo irreversible.
Dionisio completó la primaria y la secundaria.Para los compañeros era uno más; por eso, el día de la graduación le hicieron una broma pesada como a todos. Lo bajaron de la silla y lo dejaron, después de la “manteada” , maltrecho en el césped del parque frente al colegio. Un preceptor, bastante disgustado, lo rescató. Estaba muy feliz; no quería sentirse diferente.
Era muy mujeriego; se puso de novio muchas veces. Al fin, una bellísima estudiante de terapia ocupacional insistió en presentárselo a los padres. Él, que ya tenía una agencia de Prode y Quiniela, la fue a buscar con su automóvil a la salida del instituto en la calle Ramsay. De allí, a la casa de los futuros suegros. Al llegar, Nora bajó y él se quedó en el vehículo. Los padres felices lo invitaron a bajar e ingresar a la casa. Al entrar los padres, ella bajó la silla de ruedas del baúl, lo ayudó a sentarse y entraron. La madre de Nora lo besó maternalmente; don Beto, aquel que fuera recio defensor del “Globo”, quedó como si de repente lo atravesase una ráfaga de frío polar. No atinó a saludarlo de ningún modo. Los ojos abiertísimos y brillantes como un mejillón, por una comisura de la boca se deslizaba una minúscula gota de baba, las mejillas blancas como el granizo, aquel hombre parecía un cadáver. Esa visión de quien sería su suegro se incrustó en el gallego para el resto de su vida.
Dionisio y Nora se casaron: La ceremonia religiosa y la fiesta fueron inolvidables. Tuvieron dos hijos, Fernando y Alejandra. Don Beto fue un suegro y abuelo muy feliz. Murió dejando una familia que lo llenaba de orgullo.
El gallego siguió siendo muy mujeriego. Nora, un buen día, pese al tremendo amor que sentía por el, dejó de tolerarlo y le pidió la separación.
Los niños quedaron con la madre. Nisio cumplió eternamente con su obligación económica hacia los tres, dedicó su vida a los hijos, no volvió a formar pareja..
Ramón Suárez "O Muxo"




miércoles, 5 de febrero de 2014

NUEVA SEDE DEL PARTIDO POPULAR


Para ofrecer una mejor y esmerada atención a los Afiliados, Amigos y Simpatizantes del PP en Argentina, debemos decir adiós a nuestra querida sede de San José.
A partir del 1 de marzo, nuestra nueva sede abrirá sus puertas
en Av Belgrano 1336, CABA.

lunes, 3 de febrero de 2014

LECTURA DEL 02-02-2014


" Aquela estación que chega cos cánticos das vendimadoras; ¡aquela que aparece como unha doncela melancólica e que se cobra coa vestimenta dos máis fermosos ocasos; aquela que ten unha coroa que non é de flores, nin de cereais para a sega, senón das follas secas da vides; aquela estación é o outono!
Se eu fose poeta, ¡oh, doce estación!, tería para ti os meus máis fermosos cantos, como teño hoxe os meus suspiros máis tristes. Eu cantaríache coa voz do vento que zoa entre as árbores que esfolla ao seu paso, e o meu canto sería melancólico e doce como a harmonía das ondas que creban nas vertentes da praia.
Homero, o grande Homero, non te sentou na mesa dos deuses, e só tiveches un altar como as túas irmás as estacións.
Se eu vivise naqueles tempos en que Xúpiter enchía coa túa sombra o Capitolio, ergueríache un templo baixo o ceo da Campania; un templo onde tiveses adoracións e perfumes, como deusa da melancolía.
Os romanos non te coñeceron; cinxiron a túa fronte cos verdes sarmentos das vides; puxeron na túa destra a copa onde se espremera a uva dourada de Falermo, e nos teus labres fixeron aparecer o sorriso da bacante.
Ti es pura coma unha vestal e triste como a estrela vespertina; ¡ai!, eu erguereiche un altar sinxelo, aló naquel país que rodea o mar como unha doce amiga, naquel país onde amei como só aman os loucos e os poetas.
E cando o vento refrescante de setembro arrastre as follas secas polo estío; cando as viñas fosen desposuídas dos seus acios; cando a folla da rosa sexa levada pola corrente do río que pasa silandeiro baixo a súa fiestra; cando as primeiras chuvias caian sobre a terra como a beizón do Deus dos cristiáns; cando ela voltar ao meu lado, entón saudareite como a un hóspede querido, porque ela volve contigo; ela, pálida e fermosa coma ti, que semella o teu espírito e que ven envolta entre as nubes dos teus ocasos.
¡Ah! ¡Esquecíame! Non cando veña ela, senón cando veña a súa sombra; a súa lembranza vive sempre no meu corazón, e as túas brisas e as túas horas de silencio traen á miña memoria escenas pasadas, e murmuran ao meu oído palabras queridas, que son para min músicas docísimas e regaladas.
¡Outono, outono! ¿Volverá?... "



Manuel Murguía